Recensão crítica sobre o livro De Memórias nós Fazemos de Violante Saramago Matos
Título: De memórias nos fazemos
Autora: Violante Saramago Matos
Ediciones Esgostadas, 2022
130 páginas.
En la solapa del libro se la presenta. Se llama Violante Saramago Matos y nació en Lisboa en 1947. No se ocupa de las Letras sino de la Biología y por esta razón, el formato del libro y la propia escritura extrañan un poco al lector de ensayos literarios. Estos datos no son aleatorios; exigen tenerlos en cuenta a la hora de construir la reseña porque no estamos ante un texto poético aunque simule serlo. No está constituido de versos pero tampoco de cuentos que justifiquen la tarea crítica; es un compendio de semblanzas, algunas más largas que otras y con diferentes niveles de profundidad y ahondamiento. Son tesituras forjadas por la experiencia que, en circunstancias, se acumulan en forma de anécdotas.
Aun así, este libro es valioso en un doble sentido. Valioso porque nos devuelve la imagen de un escritor que todos conocemos pero desde un costado inaudito, el de su paternidad. Y valioso también, por el pacto de lectura que crea con nosotros al hacernos cómplice de ese vínculo que padre e hija tejieron en la intimidad. Podríamos decir, sin miedo de equivocarnos, que es un libro que cautiva por su potencial desvelador, porque es original en sentido estricto y porque completa con algunas primicias lo que nos faltaba conocer de José Saramago en el centenario de su nacimiento.
Antes de rastrear la fisonomía física del libro, un pequeño comentario sobre la dedicatoria: «Ao meu pai, aquí transcrevendo o que antes escrevi». Aunque el juego de palabras entre transcribir y escribir movilice la imaginación y nos instale en el plano mismo del discurso, lo sustantivo de la locución radica en el destinatario, a quien va dirigida la larga narrativa que sigue: «meu pai». Se trata de un lugar de privilegio pocas veces alcanzado. O, en sentido lato, el único posible por más que sondeemos mar y tierra. Sólo una persona en este mundo podría referirse a José Saramago en esos términos y hacerlo parte de su inventario personal. Ese solo hecho le confiere una autoridad sin límites a la autora porque todo lo demás –por modesto que sea- queda subordinado al gesto del testimonio que se esconde entre sus pliegues. Ella nos muestra a su padre a través de la palabra y nos acerca a Saramago en una faceta poco convencional.
Digamos algo más que no pasa desapercibido. El pacto de lectura creado por Violante con sus lectores ofrece una imagen de su progenitor en el que el papel de sabio y maestro comparecen en dosis igualmente repartidas. Esta impronta está también en la dedicatoria y basta sólo con ponderar el posesivo que la precede. No se trata, en consecuencia, de sólo escoger un lugar predestinado como de explorarlo en autenticidad para tornarlo afectivamente verdadero. El padre de Violante, el José Saramago que todos hemos leído, es un hombre de un virtuosismo impecable que no le hace mella al «hombre más sabio que ha conocido en esta vida» (el abuelo del discurso del Premio Nobel) y del que se desprende como su raíz más fecunda. Sabio de sabiduría pero también de la savia que lo ha nutrido.
Después de una poesía forjada por su propio puño y letra, y por unas palabras de apertura en las que prefigura el camino por donde la condujo el padre «direta ou enviesadamente» (p. 8) deparamos con el cuerpo del libro que se organiza en tres partes que –mediante breves pinceladas- sostienen las reflexiones que dan entidad a la obra. No todas ellas se formalizan de igual modo pero en todos los casos está José Saramago presente con su voz, sus gestos, sus actitudes o su sola existencia. Y, a veces, hasta en imágenes mentales y fotografías. Los primeros textos -en orden de aparición- están cargados de mayor magia; en ellos es posible reconocer, incluso, un estilo de crónica que es la palabra que mejor puede resumirlos. Partiendo de una idea o frase señera del autor consagrado, Violante la vincula a un episodio de su vida para tornarla pregnante. Es lo que sucede en «Há dentro de nós uma coisa que não tem nome, essa coisa é o que somos» o «Quem, é a pergunta».
En otros casos, el comentario no proviene de una fuente externa sino que es producto del propio diálogo con su padre. En este orden se destaca «Da palabra que parece estranha», una de las crónicas más radicales del opúsculo, que exige ser leída varias veces por su densidad emocional. En ese texto, el padre comparece, contenido como era, para decir la palabra justa en un momento delicado: «A última coisa que podes ter é pena de ti» (p. 23). Y por esta razón, el fragmento, al ser tan reducido e igualmente sucinto, cifra la sabiduría del gesto en el momento exacto y lo dota de altruismo o de humanidad que es lo mismo, dicho de otra forma.
El núcleo de los relatos de la primera parte tiene una pretensión que no pasa desapercibida: la necesidad de la hija de estar presente en la vida del padre en todos y cada uno de los momentos más importantes de su vida pública y privada. O mejor, dar cuenta de la presencia de ese padre en su historización personal, conforme sea el punto de vista que quiera privilegiarse. Sabemos por la lectura que la convivencia física entre ambos duró 23 años y después se sostuvo sólo a distancia, muchas veces por teléfono, otras tantas por escrito (cartas) y como no podía ser de otra manera, en circunstancias puntuales a través de encuentros agendados y correspondidos. En el libro se menciona a Lanzarote y su contorno más inmediato, con los perros como telón de fondo. Se alude a Ilda Reis, la madre, para enfatizar ese plural que conformaban en el pasado; y también, a una de las figuras más emblemáticas de la vida del maestro, la abuela Josefa [No hay registros del bisabuelo Jerónimo porque no llegó a conocerlo conforme reza una cita de la página 47].
Pero también, en esas crónicas Violante reconstruye algunos momentos de su trayectoria existencial: su militancia y la prisión en Caxias, la mudanza de Lisboa a Parede con sus vastos desplazamientos, la experiencia vivida en Estocolmo acompañando al Premio Nobel recién estrenado, la elección de la carrera universitaria, el festejo de los 18 años… En todo momento, el eje narrativo parece no querer apartarse demasiado del vínculo padre-hija que le interesa destacar y que se relaciona con las memorias de las que quiere hacerse, según reza el título elegido para el libro.
A diferencia de lo que supone una relación de pareja, el lazo con los padres no siempre es fácil de concebir en pocas y precisas palabras, sobre todo si es profuso y atraviesa varios ciclos vitales. Cuando, a cierta altura del relato, Violante confiesa «Percebi que tenho razão quando sinto que conhecia o meu pai e o tamanho das suas emoções» (p. 49) expresa en palabras sencillas el misterio de las definiciones a las que nos atrevemos para ubicarnos de cara al otro. En un pasaje anterior, bien próximo, había afirmado «Desde relativamente cedo aprendia a reconhecer no meu pai uma muito nítida contenção de emoções» (p. 47) recordando sus sensaciones adolescentes. Es interesante ese juego de percepciones entre la Violante que ya había advertido algo y la que ahora atestigua no haberse equivocado porque aunque –encarnadas en una misma persona (y voz autoral)- la referencia alude a dos mujeres diferentes, aquella que era joven y se abría a la vida, y esta otra, madura, que lo mide a distancia a través del recuerdo.
El texto «A propósito de respeito» comienza con una pregunta [«Foi sempre boa a relação com o meu pai?»] cuya respuesta no se hace esperar: «Não, por duas principais razões» (p. 55). Nos detengamos por un instante en ellas. Una, pertenece al orden de lo íntimo y tiene que ver con la separación de los padres y principalmente, con el distanciamiento de la figura paterna ya que ella quedó a cargo de la madre. La segunda, ligada al contexto político-social de los años 70 nos depara una sorpresa: el desentendimiento entre padre e hija por razones políticas: «ele era quadro ativo do PCP e eu militava no MRPP» (p. 55). Lo importante es que –como ella misma confiesa- «Um dia reencontrámo-nos, com uma tal naturalidade que não sou capaz de recordar em que exato momento ou por que exatas razões, e não voltámos a afastar-nos» (Saramago Matos, 2022, p. 56). El título de la crónica es sugestivo porque –en la pluma de la narradora- el encuentro posterior y decisivo entre padre e hija, no se da sólo por el parentesco irrenunciable sino por un aprendizaje de respeto mutuo.
Señalamos ya que la primera parte trae experiencias múltiples, algunas muy fuertes como las oportunamente citadas. Además de forjar un retrato del padre y reconciliarse con esas zonas borrosas que siempre existen «para que umas entrelinhas ficassem mais preenchidas e certas incompreensões resolvidas», (p. 7) impactan de sobremanera los episodios que la acercan a Azinhaga. Este lugar del que algo sabemos por la importancia que le ha concedido el escritor durante su infancia, parece ser también especial para la autora de este libro ya que una y otra vez vuelve sobre sus significantes en varias crónicas configuradas bajo su inspiración: «Matéria» (p. 41), «Os touros» (p. 43), «Um coração de loiça» (p. 47), «As oliveiras» (p. 81), «O velho rio onde brincámos com seixos» (p. 85) y «De como num instante recuamos sesenta anos» (p. 91). Es como si Azinhaga se impusiera al recuerdo como un espacio predestinado pero al mismo tiempo, éticamente indispensable porque expuesto al deterioro de nuestra especie: «a criação de uma consciência ecológica ampla é uma guerra que não podemos perder» (p. 86).
En la segunda parte, Violante –que se sabe sin credenciales para esa tarea- asume el papel de crítica literaria y sin regodearse en teorías literarias particulares y específicas (que probablemente no conoce porque su profesión es otra) escoge, de la vasta producción del autor, aquellos libros con los que ha sintonizado desde siempre y lo hace de una manera que no deja de ser intuitiva para los que sí hacemos literatura: deteniéndose en circunstancias, párrafos, episodios o anécdotas que muchas veces los lectores pasamos por encima. No ha de sorprendernos –en este sentido- que le dé importancia a la convocatoria que recibe el protagonista de la historia para comparecer a la PVDE cuando recorre O ano da morte de Ricardo Reis porque esa entidad no solo hace referencia a una institución militar del Estado Novo o a un capítulo de la novela, sino a la propia experiencia de su prisión en los años 70: «Neste livro de 1984, que nos transporta para a situação no país no ano de 1936, essas metáforas têm, para mim, una inequívoca marca política» (p. 102). La familiaridad con La Caverna es evidente porque en los diálogos de Cipriano Algor y Marta ve el espejo de su propio vínculo con su padre, «duas pessoas que se querem muito, pai e filha que se amam porque o são» (p. 9). Más llamativa resulta la lectura de A jangada de pedra, posiblemente el texto mejor elaborado, porque en su lectura se mueve «a contrapelo» respecto de las versiones dominantes del libro. No porque las ignore, que no lo hace, sino porque avizora aspectos inéditos, como la relación que hilvana entre el perro Ardent (Constante), Pedro Orce y Joana Carda como si fuera otro hilo de Ariadna y que la llevan a una conclusión personal de importante raigambre [«esta é também a minha Jangada», (p. 115)]. Y esto, sin considerar la asociación de ese personaje femenino, Joana Carda con Blimunda del Memorial a partir de los ojos sobre la que vuelve en el tercer apartado «Empurrões» para crear su síntesis dialéctica: «os olhos de Bimunda, que tem os que tudo são capazes de ver, e Joana Carda que tem uns Olhos Não Sei Bem» (p. 122).
Y ya que fue mencionada esta tercera parte que cierra el libro, vale la pena detenernos por un momento en su fuerza imaginética y extraer la riqueza de la elaboración final porque ese párrafo definitivo –además de comparecer como conclusión de sus reflexiones- dota al desarrollo argumentativo de una autenticidad notable que revela el coraje que ha impulsado su escritura. A saber,
É como se cada livro fosse, no fundo, uma pequena comunidade, interrelacionada com outras em ecosistemas cada vez mais complexos, sucessivos capítulos de um sistema imenso que dá pelo nome de O livro da vida. Ou, ainda mais simples, Vida (p. 122).
Miguel Koleff